sábado, 19 de diciembre de 2009

Y Dios quiso encarnarse





No hay en la historia de la humanidad nada tan bello como la historia de amor entre Dios y los hombres. Desde que el ángel Gabriel visitó a la Virgen y ésta dijo ¡sí! ha llovido mucho; pero la repercusión que tiene es tan grande en cada uno de nosotros (aunque no lo sepamos) que es el verdadero misterio de la fe: cómo Dios, infinito y capaz de serse en sí mismo (Cf. Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia) se encarnó en una mujer, virgen para más señas, y se hizo hombre. En el seno de María se unió la naturaleza divina de Dios con la naturaleza del hombre, así Dios se hizo hombre y el hombre adquirió divinidad (Idem).

Estas semanas han sido de mucho trabajo individual y en grupo, he estado muchas horas ante el Sagrario (real y virtual) hablando con Dios, llenándome de su esencia y escuchando su palabra. Estos días estoy abriendo más mi corazón, cada vez más, para que cuando llegue el Niño Jesús me encuentre dispuesta a acogerle sin reservas.

Hoy he leído ¡Alegraos en el Señor, alegraos, porque está cerca!

Sí, hay motivos de alegría real, aún cuando nos cerquen las furias y el barro frene nuestros pies, aunque parezca que la oscuridad gana, nosotros sabemos que llega la luz.

Y María la trae en su seno: ¡Alegraos en el Señor, alegraos, porque está cerca!






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