domingo, 25 de octubre de 2009

El Evangelio para el domingo XXX del Tiempo Ordinario.




El Evangelio de hoy tiene mucha enjundia pero como habrán muchos escritos (y mejores que el mío), sólo unas palabras sobre lo que preparé para la misa de hoy:

Bartimeo es un ciego que grita al borde del camino para que Jesús le escuche y le libere de su ceguera (Mc 10,46-52).

Es una forma sintetizada de este pasaje: alrededor están los discípulos, mucha gente se aglomera detrás de ellos, otros andan pululando para ver qué pueden sacarle a Jesús y, al borde del camino, un ciego grita sin cesar: "Hijo de David, ten compasión de mí".

Así vamos caminando todos alrededor de Jesús: unos van cerca, a su vera; unos van arrollando a los demás, otros impiden que lleguen todas las voces hasta Él y otros se quedan en los bordes del camino. Pero lo importante es tratar de llegar a Él, de eso no hay dudas. Aunque se disgustaran los discípulos o, más bien, no le facilitaran la cosa, Bartimeo sigue gritanto. Habrían algunos escépticos que le dirían: para qué gritas, si no te escucha.

Así hay mucha gente hoy que trata de que no sea escuchada tu voz: no vayas a la misa, no vayas a las actividades de la Diócesis, incluyendo el ¿para qué pierdes tu tiempo, si Dios no existe?. Esas son las voces de los que, aunque saben que pueden encontrarle, no quieren hacerlo, no quieren ese compromiso.


¡Ojalá no nos cansemos de gritarle: Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de nosotros!.


Por otra parte, si le llamamos, debemos ser conscientes del compromiso que se adquiere: el amor incondicional trae actos de fe incondicionales. Y la perseverancia hay que pedirla diariamente. Para llegar a ver hemos de pasar por encima de nuestras debilidades, deseos, faltas e imperfecciones. El camino es largo y difícil: la recompensa, eterna.








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