El altar de la Virgen se ilumina
y ante él, de hinojos, la devota gente
su plegaria deshoja lentamente
en la inefable calma vespertina.
Rítmica, mansa, la oración camina
con la dulce cadencia persistente
con que deshace el surtidor la fuente,
con que la brisa la hojarasca inclina.
Tú que esta amable devoción supones
monótona y cansada y no la rezas
porque siempre repite iguales sones,
tú no entiendes de amores y tristezas:
¿qué pobre se cansó al pedir limosna,
qué enamorado, al decir ternezas?.
Enrique Menéndez P.
Orar la vida, octubre 2009.
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