domingo, 16 de agosto de 2009

CADA DOMINGO PAN Y VINO

Este escrito tan lindo me lo envió un cura amigo, que como muchos domingos me pasa meditaciones y pps para que me ayuden a crecer en mi vida cristiana. Hoy lo quiero compartir con todos, pues me parece muy esclarecedor:

CADA DOMINGO.

La eucaristía no es sólo el centro de la liturgia cristiana. Es, además y por eso mismo, la experiencia que, vivida domingo tras domingo, puede alimentar las grandes actitudes que configuran la vida de un cristiano. El que come y bebe en esa cena, alimenta su vida de discípulo fiel de Cristo.

En primer lugar, la eucaristía es acción de gracias a Dios por la vida y por la salvación que nos ofrece en su Hijo Jesucristo. Las palabras de acción de gracias, la estructura de todo el conjunto, el tono de toda la celebración contribuyen a vivir una experiencia intensa de alabanza y agradecimiento a Dios que no debe reducirse a ese momento cultual. La vida cotidiana de un cristiano ha de estar marcada por la acción de gracias.

La eucaristía es, además, comunión con Cristo resucitado. Jesús no es una figura del pasado, alguien cada vez más lejano en el tiempo, sino el Señor de todos los tiempos que permanece vivo entre los suyos. No somos seguidores de un gran líder del pasado. La eucaristía nos enseña a vivir en comunión con un Cristo actual, acogiendo realmente hoy su Espíritu y fuerza renovadora.

La eucaristía es también escucha de las palabras de Jesús que son «espíritu y vida». Para un discípulo de Cristo, el evangelio no es un mero testamento literario o un texto fundacional. En la eucaristía nos reunimos para escuchar la palabra viva de Jesús que ilumina nuestra experiencia humana de hoy. Esa acción dominical nos invita a no vivir como ciegos, sin evangelio ni luz alguna. El cristiano vive alimentado por la Palabra de Jesús.

La eucaristía es un acto comunitario por excelencia. Todos los domingos, los cristianos dejan sus hogares, se reúnen en una iglesia y forman comunidad visible de seguidores de Jesús. Todas las oraciones de la eucaristía se dicen en plural: invocamos, pedimos perdón, ofrecemos, damos gracias... siempre juntos. Lo textos dicen que somos «tu familia», «tu pueblo» «tu Iglesia». No se nos debería olvidar. Los cristianos no somos individuos aislados que, cada uno por su cuenta, tratan de vivir el evangelio. Formamos una comunidad que quiere ser en el mundo testimonio e invitación a vivir de manera fraterna y solidaria.

Ser cristiano no consiste en ir a misa. Pero quien vive de verdad la misa se va a haciendo cristiano.

PAN Y VINO

Empobreceríamos gravemente el contenido de la Eucaristía, si olvidáramos que en ella hemos de encontrar los creyentes el alimento que ha de nutrir nuestra existencia.

Es cierto que la Eucaristía es una comida compartida por hermanos que se sienten unidos en una misma fe. Pero, aun siendo muy importante esta comunión fraterna, es todavía insuficiente, ya que lo decisivo es la unión con Cristo que se nos da como alimento.

Algo semejante hemos de decir de la presencia de Cristo en la Eucaristía. Se ha subrayado y con razón esta presencia sacramental de Cristo en el pan y el vino, pero Cristo no está ahí por estar; está presente ofreciéndose como alimento que sostiene nuestra vida.

Si queremos redescubrir el hondo significado de la Eucaristía, hemos de recuperar el simbolismo básico del pan y del vino. Para subsistir, el hombre necesita comer y beber. Y este simple hecho, a veces tan olvidado en las sociedades satisfechas del Primer Mundo, nos revela que el hombre no se fundamenta a sí mismo sino que vive recibiendo misteriosamente la vida.

La sociedad contemporánea está perdiendo capacidad para descubrir el significado de los gestos básicos del ser humano. Sin embargo, son estos gestos sencillos y originarios los que nos devuelven a nuestra verdadera condición de criaturas, que reciben la vida como regalo de Dios.

Concretamente, el pan es el símbolo elocuente que condensa en sí mismo todo lo que significa para el hombre la comida y el alimento. Por eso, el pan ha sido venerado en muchas culturas de manera casi sagrada. Todavía recordará más de uno cómo nuestras madres nos lo hacían besar cuando, por descuido, caía al suelo algún trozo.

Pero, desde que nos llega de la tierra hasta la mesa, el pan necesita ser trabajado por el hombre que siembra, abona el terreno, siega y recoge las espigas, muele el trigo, cuece la harina. El vino supone un proceso todavía más complejo en su elaboración.Por eso, cuando se presenta el pan y el vino sobre el altar, se dice que son "fruto de la tierra y del trabajo del hombre" . Por una parte, son "fruto de la tierra" y nos recuerdan que el mundo y nosotros mismos somos un don misterioso que ha surgido de las manos del Creador. Por otra parte, son "fruto del trabajo" y significan lo que los hombres hacemos y construimos con nuestro esfuerzo solidario.

Ese pan y ese vino se convertirán para los creyentes en "pan de vida" y "cáliz de salvación". Ahí encontramos los cristianos esa "verdadera comida" y "verdadera bebida" que nos dice Jesús. Una comida y una bebida que alimentan nuestra vida sobre la tierra, nos invitan a trabajarla y mejorarla, y nos sostienen mientras caminamos hacia la vida eterna.

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