sábado, 19 de diciembre de 2009

Ser madre...


No puedo hablar de ello sin dolor, pues no lo he experimentado en mi vida. Veo a mi hermana, que parió a su única hija a los 43 años y me asombro del milagro obrado en ella: nunca había estado embarazada siquiera, pero albergaba un deseo tan intenso que, al final se vio recompensada. Hoy mi sobrina es un grillito malojero y gritón que se pasa todo el día exibiendo sus cinco años de vida y energía sin descanso. Mis otros seis sobrinos son un enjambre de caracteres y vidas diferentes y animosas, llenos de cariño por su tita, que roban mi corazón sólo con sonreirme. Soy una tita felíz por ello...pero no he podido ser madre.

¿Por qué hablo de esto ahora, precisamente, en días tan felices y esperando la Navidad? Quiero dar un testimonio de cómo cualquiera puede hacer el mal, cuando hay personas y leyes que te inducen a ello. No voy a justificarme, sólo voy a exponer mi vida al descubierto, no para ser juzgada, que ya lo he sido, sino para que otras mujeres no cometan el mismo error.


Dios me dio la oportunidad de ser madre, siendo joven, a mediados de mi carrera universitaria. Desgraciadamente era inexperta, vivía en un país donde hacerse un legrado era como tomarse una aspirina y me crié en un ambiente donde Dios no existía (por tanto, tampoco existía el respeto a la vida. Y aún no existe). Cuando supe que estaba embarazada corrí a contárselo a mis compañeros de curso y lo primero que me dijeron fue ¿no irás a tenerlo?. Mi madre me dijo:Puedes hacer lo que quieras, pero sabes que te cambiará toda la vida.


Estuve una semana pensándolo, mientras por todos lados sólo escuchaba lo mismo: no lo puedes tener, tú no te mereces esto, tú no podrás criarlo, tú no podrás seguir estudiando, tú, tú, tú....
Nadie me habló de lo lindo que sería, de lo importante, de lo equivocado del paso que iba a dar, de que era un pecado contra la vida.
No puedo justificarme, no lo hago, pero no hubo nadie que me dijera algo positivo de tener un hijo. Así las cosas abort. No puedo describir el dolor tan grande que sentí cuando me recuperé de la anestesia: me sentí vacía, sucia y pequeña, muy pequeña. Y así viví durante varios años, hasta que conocí a Dios.


¿Por qué escribo esta experiencia? Porque una persona me ha dicho que escribía sobre el aborto, pero nunca tenía una palabra para las que lo hacían y la misericordia de Dios es grande para todos. Aún me averguenza reconocerlo, aún me duele, a pesar de los años, pero creo que es más importante dar mi testimonio y así lo expongo.


Y es cierto: el día en que Dios entró en mi vida y puse todos mis actos a sus pies, avergonzada y dolida porque había descubierto el mal que había hecho, sentí la misericordia y la mano del Señor me levantó y me hizo nueva.
Nunca he olvidado cuando el sacerdote me dijo: Ve en paz.Ni siquiera me mandó a hacer nada extraordinario, sólo me dijo: Ahora el alfarero ha hecho de tu barro, un vaso nuevo, tú debes llenarlo de amor y de fidelidad a Él.


Muchas veces he explicado que tengo una deuda muy grande con el mundo y con Dios: hoy lo cuento para que ayude a muchos. No basta decir NO, no basta oponerse individualmente. Las leyes que no respetan la vida, no respetan a las mujeres, son un camelo que sólo sirve para hacer ganar dinero a unos cuantos. La vida nunca es igual después de abortar. Por muchos psicólogos que te "ayuden", por muchos "amigos" que te "apoyen".


¡El que quiera apoyar a una mujer embarazada que no sepa qué hacer con esa vida que trae en su vientre lo que tiene que hacer es ayudarla a tener ese hijo, ayudarla a ver el gran milagro de la vida, que es único e irrepetible!


Lo que se está gestando en el Parlamento, en las tertulias de periodistas y en las calles de España y de Europa en general, no es más que una la ley que pueda callar las conciencias de esas mujeres que se ven abocadas al aborto. Es una ley cruel, porque al constituirse oficialmente, miente a los que la firman: no puede existir una ley que permita matar sin sentido y sin castigo.


Y el aborto lleva el castigo en sí mismo incorporado, pues no hay mayor castigo que vivir pensando en el daño que hiciste a tu propia carne.


Pero Jesús prometió que el Padre perdonaría a los que se arrepintieran y cambiaran de vida y su misericordia es eterna: eso es lo que me impulsa a luchar contra el aborto. El haberlo sufrido en mi vida y el haberme dado cuenta de que Dios estuvo esperando por mí durante mucho tiempo para perdonarme. El saber que puedo ser útil a otras mujeres que no saben que no están solas, que Dios siempre está ahí, sólo hay que abrirse a la gracia.


Espero no haber decepcionado a mis amigos: he tenido que reunir mucho valor para hablar de esto públicamente, pero he sentido que el Señor quería que se supiera, pues hoy soy felíz y vivo para Él, con mis limitaciones y defectos, pero incondicionalmente.






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