martes, 13 de enero de 2009

Un bello ejemplo.

Anoche tocó Escuela del MCC de nuestra Diócesis y quiero hablar de ello porque siempre es un lugar de aprendizaje y salgo llena de confianza en Dios y en sus discípulos, que somos nosotros hoy. Estamos en el estudio y análisis del Evangelio según S. Marcos y como ya vamos por el 4º encuentro, debíamos leer y preparar Mc 1,14-3,6, con el título "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores".
Entre todas las preguntas que se hicieron en comunidad, destacó una que es sobre la que quiero hablar:
-¿Qué podemos aprender del comportamiento de Jesús con los marginados de su tiempo los que nos llamamos discípulos suyos? -¿Hay marginados en nuestra sociedad actual? ¿Y cómo luchamos contra eso nosotros?.

Como pueden ver hay tela para cortar de sobra: todos hemos respondido que sí creemos que hay marginados actualmente: mujeres y hombre maltratados, personas que viven en la calle, drogadictos, expresidiarios, negros, inmigrantes, enfermos terminales, en fin, pobres. Porque una característica que permanece a través de los tiempos, es que siempre se margina al pobre, al que no tiene recursos materiales. Los leprosos actuales son esos, personas a las que no queremos tocar ni que nos toquen, a las que no tenemos tiempo de hablarles o darles un consejo.
¿Que es difícil? Nadie dice lo contrario; pero no deja de estar ahí el problema por el hecho de virar la cara hacia otra parte.
Se nos hace difícil darnos cuenta de que la limosna, esos pocos céntimos que echamos en la lata o tela del que pide, no es , en muchas ocasiones, lo fundamental. A veces basta con hablar unos minutos, con tratarles como seres humanos, con arrancarles una sonrisa y se sentirán mejor. Y nosotros nos sentiremos el doble de bien, pues hacer algo bueno por el prójimo alegra el doble a los que lo hacen.
Hubo una anécdota que nos estremeció a todos, contada por un miembro de la Policía Nacional y le he pedido permiso para publicarla aquí, porque se que a muchos va a alegrar sobremanera. Sucedió hace sólo un mes que fue a llevar a una chica de 28 años y madre de dos niñas ya, a casa de su madre para que recogiera sus cosas para llevarla a una casa de acogida. Esta mujer es una más de las maltratadas por su pareja en este país. Resulta que la familia de la chica ya no le habla, pues ha cometido errores y no encuentran razones en su corazón para perdonarle. A los Servicios Sociales se les ocurrió que la mejor forma de ayudarla sería induciéndola a un aborto ¡con tres meses de embarazo en curso! Embarazo que está siendo totalmente normal, sin problemas de salud por su parte ni por el niño que espera. Nuestro compañero comenzó a hablar con ella, haciéndole ver que no iba a resolver su problema matando a ese niño, deshaciéndose de él como de un lastre, que debía luchar por cambiar su vida y aceptar sus errores, aprendiendo de ellos. Para no cansarles y explicarles todo los argumentos, este hombre, seguidor de Cristo Jesús, se comprometió con la chica a ayudarle con su embarazo y con su niño. Pero es más: comprometió a todo nuestro curso para ayudarle cuando le haga falta le buscaremos trabajo y trataremos de que haga algo útil para ella, sus hijos y la sociedad. Terminamos la Escuela con esperanza en el corazón, pues estábamos hablando de marginados y vimos cómo la acción salvadora de un hombre guiado por el Espíritu ( pues quien habló por él fue nuestro Señor evidentemente) pude ser determinante en la vida de una persona que puede parecer perdida para la sociedad y su familia.

Jesús vino a curar a los enfermos, a sentarse con publicanos y pecadores y si Él, que era perfecto y sin pecado, lo hizo ¿cómo nosotros no podemos hacerlo?. ¿Cómo nos llamaremos discípulos si no extendemos nuestras manos para ayudar a los que sufren?. Esa es la enseñanza de ese pasaje del Evangelio de S. Marcos: si queremos seguirle, debemos dejar a un lado los prejuicios, tabúes y marginaciones, solo así podremos llamarnos discípulos del Señor.
Recemos para que nada ni nadie nos resulte indiferentes.



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