jueves, 12 de febrero de 2009

Jornada Mundial del Enfermo.


Sí....que me demoré en escribir y al final, se me pasó. Bien está el refrán que dice: "No dejes para mañana lo que puedas hacer ahora"...Pero hay otro que reza: "Nunca es tarde si la dicha es buena"...así que hoy voy a hablar del enfermo y la enfermedad. Sin muchas profundidades, porque es un tema que lleva más tiempo del que le puedo ofrecer ahora mismo.

El dolor es uno de los misterios más grandes que arrastran los hombres y, muchos hay que elevan su rostro al cielo, preguntándole a Dios ¿por qué?. El dolor físico puede llegar a ser insoportable; pero la ciencia avanza y cada vez hay más medicamentos que pueden ayudar. Y debemos ser consecuentes con ese tipo de dolor, que es fácil de explicar, en términos materiales: somos seres vivos, biológicos y, como a veces le digo a mis pacientes, tan perfectos físicamente, que cuando algo falla, todo se enreda. Pero el dolor de un enfermo no es sólo físico: está la soledad, el mal acompañamiento, la dejadez de familiares, amigos etc. Creo firmemente que ese es un dolor mayor, más lacerante que el de la propia enfermedad.

Pero la mayor parte de las veces, el hombre olvida que hay un dolor mayor. Y es el dolor moral, espiritual, el del abandono de la fe. Y ese es un dolor intenso y, en muchos casos, inexplicable. ¿Cuántas personas conocemos que padecen de dolor espiritual?. Podríamos mencionar muchas: las que sólo miran sus pequeñas miserias, sus pequeños dolores físicos, los que están ciegos ante el dolor ajeno. La experiencia me dice que cuando una persona solo mira por su dolor, olvida el de los demás y, aunque le muestren un reportaje escalofriante de niños muriendo de hambre o frío allá por algún país perdido del mundo, sólo mirará por lo que le preocupa en ese momento.

Los grandes santos que conocemos, aquellos a los que rezamos, pidiendo su intercesión ante Dios, fueron personas con enfermedades, con dolores físicos cruentos, con necesidades materiales y, sin embargo, miraban por sus semejantes, pidiendo al Señor que les ayudara antes que a ellos. Ahí está la grandeza del ser humano: que puede despojarse de sus dolores temporales (y no digo con esto que no sea difícil) para mirar más allá de su vida física y entroncarse con la trascendencia de Dios.
Los enfermos que he tratado durante estos años me han demostrado que la fe es la roca donde se apoyan sus dolores, las alas que cubren sus miserias y la compañía que necesitan para pasar de un estado a otro de la vida. Porque Jesús dijo: "He venido a dar vida, y vida en abundancia".

Después del dolor hay vida, de eso debemos estar convencidos, aunque es difícil plantearlo a alguien que no cree, y eso es lo que debemos mostrar al mundo actual.

José Luis Martín Descalzo, un enfermo que dio su testimonio en la Revista Alfa y Omega, escribió: "La idea de que la enfermedad es "redentora" no es un tópico teológico, sino algo radicalmente verdadero. Dios espera de nosotros, no nuestro dolor, sino nuestro amor;pero es bien cierto que uno de los principales modos en que podemos demostrarle nuestro amor, es uniéndonos apasionadamente a su cruz y a su labor redentora. ¿Qué otras cosas tenemos, en definitiva, los hombres para aportar en su tarea?". Yo no conocí a este hombre; pero intuyo que estaba lleno del amor de Dios, aún en medio de la enfermedad y el dolor que evidentemente padeció. El artículo lo ha reproducido Magníficat del mes de Febrero.

Para todos nosotros, Dios nos dejó una intercesora eficaz y que siempre nos escucha: la Virgen María. Los enfermos rezamos a la Virgen de Lourdes, pues ella dijo a Bernardette que curaría a aquellos que le invocaran de todo corazón.

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