El dolor es uno de los misterios más grandes que arrastran los hombres y, muchos hay que elevan su rostro al cielo, preguntándole a Dios ¿por qué?. El dolor físico puede llegar a ser insoportable; pero la ciencia avanza y cada vez hay más medicamentos que pueden ayudar. Y debemos ser consecuentes con ese tipo de dolor, que es fácil de explicar, en términos materiales: somos seres vivos, biológicos y, como a veces le digo a mis pacientes, tan perfectos físicamente, que cuando algo falla, todo se enreda. Pero el dolor de un enfermo no es sólo físico: está la soledad, el mal acompañamiento, la dejadez de familiares, amigos etc. Creo firmemente que ese es un dolor mayor, más lacerante que el de la propia enfermedad.
Pero la mayor parte de las veces, el hombre olvida que hay un dolor mayor. Y es el dolor moral, espiritual, el del abandono de la fe. Y ese es un dolor intenso y, en muchos casos, inexplicable. ¿Cuántas personas conocemos que padecen de dolor espiritual?. Podríamos mencionar muchas: las que sólo miran sus pequeñas miserias, sus pequeños dolores físicos, los que están ciegos ante el dolor ajeno. La experiencia me dice que cuando una persona solo mira por su dolor, olvida el de los demás y, aunque le muestren un reportaje escalofriante de niños muriendo de hambre o frío allá por algún país perdido del mundo, sólo mirará por lo que le preocupa en ese momento.
Los grandes santos que conocemos, aquellos a los que rezamos, pidiendo su intercesión ante Dios, fueron personas con enfermedades, con dolores físicos cruentos, con necesidades materiales y, sin embargo, miraban por sus semejantes, pidiendo al Señor que les ayudara antes que a ellos. Ahí está la grandeza del ser humano: que puede despojarse de sus dolores temporales (y no digo con esto que no sea difícil) para mirar más allá de su vida física y entroncarse con la trascendencia de Dios.
Los enfermos que he tratado durante estos años me han demostrado que la fe es la roca donde se apoyan sus dolores, las alas que cubren sus miserias y la compañía que necesitan para pasar de un estado a otro de la vida. Porque Jesús dijo: "He venido a dar vida, y vida en abundancia".
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