En el Evangelio que leemos hoy en misa, (Mc 2,1-12) san Marcos nos relata cómo Jesús está en Cafarnaúm, en una casa, por lo visto pequeña: no cabe ni un chícharo, diríamos hoy. En esas condiciones, el Señor está hablando de Dios y de su amor y, en eso, se da cuenta de que unos hombres han abierto un boquete en el techo y han bajado una camilla con un paralítico. Jesús, al ver la fe de ese hombre, le perdona sus pecados de forma inmediata. Pero los fariseos y los mirones del lugar, aquellos que están más pendiente de lo que se mueve alrededor de Jesús, que de sus palabras, piensan que no tiene derechos a hacer ese tipo de cosas. El Señor lee sus mentes y entonces es cuando les da una gran lección: no sólo perdonaré sus dolencias espirituales, sino también estoy autorizado por mi Padre a decirle coge tus muletas y anda.
Y así fue como, al escuchar la Palabra de boca del P. Antonio (pues ya la había leído en casa), me dí cuenta de muchas cosas, que antes no había visto. Por ejemplo: que Jesús nos está hablando constantemente a cada uno de nosotros en ese pasaje de la Biblia. Muchas veces estamos en la Iglesia y miramos, pero no vemos a los hermanos, no vemos sus sufrimientos, sus preocupaciones. Nos quedamos absortos en el cura y creemos que, haciendo muchas genuflexiones, ya está todo hecho. Y Jesús nos pide que miremos y veamos con los ojos del corazón, que no nos quedemos en la superficie, nadando plácidamente, sin preocuparnos por ayudar a los que nos rodean.
Creo que lo primero que aprecié en esos versículos, fue la importancia de la perseverancia de otros para que uno vaya al Señor. Siempre hay un amigo que te habla de Él, alguien que ya lo conoce y te lleva a verle. Y esa es nuestra función , dentro de la Iglesia: evangelizar, sembrar la semilla. No importa si muchas semillas se te malogran: Dios germina allí donde menos se le espera. De ello pudo dar fe San Pablo y ¡mirad cómo se abrazó a Jesús después! Creo no basta conque vayamos a misa, recemos y adoremos: ¡debemos ser sembradores de esperanza!
Nos enseña, en este capítulo de Marco que de nada vale curar el cuerpo, si el espíritu sigue enfermo. La enfermedad de que nos habla Jesús no es física, sino espiritual: nuestra conciencia no duele, por eso hacemos las cosas malamente, con pereza. Pero Él vino a dar un giro de 180 grados a nuestra conciencia, para ello, tendremos que dar la espalda a nuestros pecados y dejarnos guiar por el camino del amor.
Jesús sólo vino para eso: para que los hombres entiendan que el amor es lo único que nos sanará.
Las guerras, las incomprensiones, los asesinatos de niños, la maldad, la pobreza, el hambre: todo puede ser "curado" por el AMOR. Así, en mayúsculas, como el que Él nos dio, incluso en la cruz.
1 comentario:
resale a cristo jesus tu unico padre,amigo y compañero
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