
Ahora que se habla tanto de separar la vida privada y social, las creencias y las ideologías, me llegan estas palabras de San José María, quien fuera un defensor a ultranza de la manifestación cristiana en todos los niveles de la vida de un seguidor de Cristo y, cómo no, me pongo a pensar en mi profesión. Tengo la impresión de que, como médico y persona, posiblemente, no seré plenamente consciente de la importancia de la presencia en mi vida del Espíritu Santo. Desde mi conversión en Cuba hasta este momento en que escribo, no he dejado de sentir la fuerza del Espíritu, la presencia de Jesús y a través de Ellos dos, del Padre, en mi vida profesional. Estoy convencida de que siempre está guiando mis pasos, vigilando mis actuaciones y, cómo no, ayudándome a salvar vidas, que es mi cometido como médico. A veces se hace difícil trabajar en una profesión cada vez más vapuleada, (y no hablo de que la gente deba deferencias o genuflexiones a un médico porque lo es); hablo del respeto a la persona que lleva la bata blanca, que no siempre dará en el clavo, como se dice vulgarmente; pero que siempre está dispuesto a descubrir el mal, tanto físico como psíquico. La buena y certera praxis, la ayuda al paciente, la ayuda a morir o el acompañamiento en los postreros momentos, (no sólo tratando), la comprensión ante el dolor de la familia, creo que todo eso se hace de una forma diferente cuando tiene de referencias al Cristo sufriente y necesitado. y, aunque a veces me enfado, como cualquier ser humano, ante la incomprensión o injusticia de alguien, suelo pensar en positivo y pasar por alto las cosas feas y recordar la cosas buenas y los finales felices. Y no dejo de rezar para que el Señor me ayude en todo lo que haga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario