Segundo Domingo de Pascua.
"Con las puertas bien cerradas. Una defensa normal ante el miedo es la de cerrar. "Cerrar puertas", "apretar filas", "cubrir todos los huecos" nos sale casi espontáneo ante lo desconocido. El miedo nos lleva a "protegernos". ¿Quién no tiene la experiencia de "encerrarse?". Nos "cerramos" ante los desconocidos y ante lo desconocido. Den un enfermo decimos "está acobardado" cuando la enfermedad parece que le puede, se encuentra sin futuro. Es lo que Juan nos relata de los discípulos. Se "encierran", "se aislan" de quienes han condenado a su Señor: "Estaban en casa con la puertas bien cerradas por miedo a los judíos" (Jn 20,19). Cada uno sabe muy bien de qué y de quién se esconde. Cada uno de nosotros lleva sus miedos dentro. Los miedos nos hacen "resguardarnos", "ponernos a salvo".
En esta situación es en la que la fuerza de Dios aparece, para que brille su poder. Los que confiesan y proclaman que Jesús vive no son intrépidos creyentes, sino hombres miedosos. Si en ellos resplandece la fe no es por sus fuerzas, sino por la acción de Dios. Nos es cercana la expresión "No se de dónde he sacado fuerzas", "no se cómo yo he podido hacer esto". Hay momentos en los que experimentamos que Alguien dentro de nosotros nos da una fuerza que no nos explicamos. Dios opera en nosotros cosas grandes que nos asombran, en primer lugar a nosotros. Cuando nos dejamos llevar por Dios, lo que parecía imposible se hace posible. Quizás no caemos en la cuenta de que Dios sigue activo, haciéndonos resucitar y salir de los miedos que nos atenazan".
Nos apoyamos en las lecturas de Hechos 2,42-47; Pedro 1,3-9; Juan 20,19-31; Salmo 117,2-4,13-15,22-23.
Oye, Señor...
Como les ocurrió a tus discípulos,
yo también tengo momentos de miedo,
a veces me dejo llevar por las dudas
y olvido tu presencia en mi vida.
Cuando me alejo de ti, cuando me despisto,
cuando no vivo el auténtico abandono,
mi vida se agita y las preocupaciones me envuelven,
hasta que vuelvo a recorrer la vida contigo.
Entonces recobro la confianza;
tú fortaleces mi debilidad,
me llenas de tu paz y tu sosiego,
recupero la calma perdida
y mi vida se vuelve una fiesta.
No permitas que me aparte de ti nunca,
no dejes que dude de tu presencia firme,
no permites que actúe sin la confianza
puesta en ti y en tu amor. Contigo estoy seguro.
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